Gozo Con Contentamiento

Citas tomadas de la versión antigua Reina-Valera 1602, 1909.

 

“Y el vulgo que había en medio tuvo un vivo deseo, y volvieron, y aun lloraron los hijos de Israel, y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los cohombros, y de los melones, y de los puerros, y de las cebollas, y de los ajos: Y ahora nuestra alma se seca; que nada sino maná ven nuestros ojos.”

Números 11:4 - 6

 

El peregrinaje del pueblo israelita en el desierto es uno de los acontecimientos que más me llama la atención en toda la Biblia. Me asombra cómo logró Dios mantener a un pueblo de, literalmente, millones de personas en una región donde pueden presentarse climas tan extremos como temperaturas arriba de los cuarenta grados centígrados en el día y debajo del cero durante la noche; sin mencionar por supuesto, la escasez de agua y alimentos haciendo de este lugar, uno de los lugares más inhóspitos sobre la faz de la tierra.

 

No obstante todas estas contrariedades, Dios les había provisto alimento que descendía del cielo, el famoso maná con el que se sustentaban con energía suficiente para todo el día. Imaginémonos un poco estar en esos días; aventurarse en un viaje como éste no lo haría ningún pueblo de los que estaban alrededor. Todos ellos tenían ciudades fortificadas, adaptados y agrupados adecuadamente para soportar juntos este tipo de climas. Humanamente hablando, es imposible que un pueblo entero, sin ningún tipo de experiencia en ese camino desértico, lograra sobrevivir. Sin embargo vemos a Israel, un pueblo que fue esclavo de Egipto por cuatrocientos años, aún tratando de darse cuenta que eran libres por fin y andando por un camino jamás recorrido siguiendo simplemente una nube que se posaba sobre ellos de día y una columna de fuego que se encendía por las noches. Debió haber sido un espectáculo que seguramente hubiera dejado perplejo al más reacio de los incrédulos.

 

Viendo y viviendo toda esta experiencia, cualquiera pudiera decir que la dificultad para sobrevivir era un mero espejismo en ellos, pues la parte verdaderamente complicada la estaba supliendo Dios de una manera tan clara que nadie podía decir que Él no estaba con su pueblo. ¡Qué gran figura para nuestras vidas cristianas no creen! Pero cuando hablamos del pueblo de Dios, siempre surgen sus fallas, siempre sus tropiezos, y en esta ocasión aparecieron de una manera increíblemente irreverente e irracional.

 

Al leer los versículos 1 al 3 nos damos cuenta que Dios recién los había castigado porque se habían quejado, y fue un castigo ejemplar, tal que Él encendió fuego en medio de ellos, para que comprendieran que quejarse contra Dios es algo serio, y que, con todo lo que estaban recibiendo de parte de Él, no tenía razón de ser. A pesar de ello, el pueblo empezó a hacer algo que seguramente a muchos nos ha pasado: Comenzó a recordar su pasado, a pensar en varias cosas que los hacían sentir “bien” antaño y que de alguna manera lo extrañaban. Dice la escritura: “…tuvieron un vivo deseo…”, es decir, se volvieron codiciosos, deseando algo que, si en ese momento lo tuvieran, sería mejor que lo que en ese momento estaban viviendo al lado de Dios.

 

Muchas veces somos muy prontos a juzgar un comportamiento de este tipo, pero se que puedo apostar lo que sea y tendré razón, de que nosotros también deseamos cosas de manera desmedida que nos pueden volver codiciosos, y traernos más problemas que satisfacciones. De hecho, eso es lo que mostró Israel en este momento, codicia. Podemos definirla como sigue:

 

Codicia es querer cosas buenas o malas por las razones equivocadas, en el tiempo incorrecto o por la cantidad inadecuada.

 

Pensemos por ejemplo cuando usted va a comprar la despensa y trae el estómago vacío. Usted va llenando su carrito o su canasto y pasa por el área de las golosinas. ¿Qué sucede? Seguramente usted en alguna otra ocasión puede llevarse un chocolate, pero en ésta usted se llevará más de lo que en realidad puede necesitar. Otro ejemplo es cuando usted abre el refrigerador y ve un pastel. Observándolo usted agarra un cuchillo con la firme intención de cortarle un pedazo obviamente más grande de lo que necesita. Como ve, estos ejemplos no muestran cosas malas, pero es un deseo desmedido que se convierte en codicia.

 

Ahora, si observamos el comportamiento de los israelitas, es obvio que no estaban contentos ni se estaban gozando en esta ocasión. Ellos claman y dicen: “¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto DE BALDE…”. Esto es equivalente a: tener comida, techo, abrigo y guía en la vida totalmente gratis, y aún decir “No me siento contento con mi vida, es un fastidio. Era mejor antes.”

 

Se acordaban del pescado, de los melones, de las cosas que comían y que recordaban que eran ricas, aunque no se si haya evidencia de que el menú de los esclavos de Egipto incluyeran esos platillos, y si los tenían, es lógico que no fueran gratis como ellos dijeron (de balde). Lo que si ni por un asomo se acordaban de que fueron esclavizados, de que los egipcios mataron a muchos de sus bebés, de que los trataban como animales entre muchas otras cosas. Ese es un problema al volverse codicioso, se nubla el entendimiento, y al ocurrir esto lo que finalmente se va a pensar es en despreciar lo que Dios da. Veamos de nuevo el versículo 6

 

“Y ahora nuestra alma se seca; que nada sino maná ven nuestros ojos.”

Números 11:6

 

¡Un momento! Pan de nobles dice la Biblia que era el maná, ¿y ellos dicen “nada”? Es pan de Dios y ellos insinúan que su alma está desnutrida. Es cierto, lo comían diario, mañana, tarde y noche, y si comemos lo mismo todos los días a todas horas, obviamente nos vamos a enfadar. Sin embargo, este alimento no es cualquiera, lo preparó Dios. Era su sustento. Nadie en su sano juicio va a decir: “Hoy voy a dejar de respirar. He respirado toda mi vida, ya estoy harto de respirar”. Ni tampoco: “Todos los días tengo hambre, ya estoy harto de tener hambre; ya no voy a comer hoy”. El pueblo quería algo diferente y esto, me suena mucho a situaciones que he visto y vivido como cristiano. En veces, queremos algo diferente, algo que nos llene más, no el mismo aburrido mensaje, no la misma aburrida iglesia. Nos convertimos en cristianos sensuales, es decir, queremos satisfacer nuestros sentidos. Nuestro gozo depende de nuestro estado de ánimo, y por tanto, difícilmente llega el contentamiento a nuestra vida.

 

Estar contento, al final de cuentas, es aceptar la justa medida de las cosas que Dios nos da y estar gozoso de que Él no nos abandona. Ponerse codicioso resulta peligroso ya que puede ser que Dios responda a nuestra codicia, y salga peor el postrer camino que al principio. Veamos a este pueblo como ejemplo:

 

“Empero dirás al pueblo: Santificaos para mañana, y comeréis carne: pues que habéis llorado en oídos de Jehová, diciendo: ¡Quién nos diera a comer carne! ¡Cierto mejor nos iba en Egipto! Jehová, pues, os dará carne, y comeréis. No comeréis un día, ni dos días, ni cinco días, ni diez días, ni veinte días; Sino hasta un mes de tiempo, hasta que os salga por las narices, y os sea en aborrecimiento: por cuanto menospreciasteis a Jehová que está en medio de vosotros, y llorasteis delante de Él, diciendo: ¿Para qué salimos acá de Egipto?”

Números 11:18 – 20

 

Dios estuvo a dispuesto a cumplirles su petición. Sin embargo les hablo de las consecuencias. Es interesante cómo Dios siempre quiere darnos lo mejor de la mejor manera. Sin embargo, nosotros, su pueblo, frecuentemente no entendemos sus pensamientos. Creemos que nuestra situación presente debe resolverse de la manera en como nosotros queremos y clamamos más para nosotros sin darnos cuenta que podemos estar pidiendo un escorpión, algo que puede traernos grosura a nuestra vida y flaqueza a nuestras almas. Es cuando noto muy interesantes los momentos en los cuales Dios responde nuestras peticiones con rotundos silencios, pues veo cómo la mano de Dios me quiere guiar a los mejores pastos, los que Él tiene designados, no los que infantilmente deseo.

 

Estos versículos muestran que finalmente su deseo los va a perjudicar en vez de beneficiarlos. En pocas palabras, debemos tener cuidado con lo que pedimos, sobre todo, cuando no es esencial para nuestras vidas, ya que al final odiaremos lo que en un principio deseábamos. Así vemos en la actualidad familias con más dinero y menos tiempo para pasar juntos, personas más y mejor preparadas en sus estudios, y más problemas qué resolver, más y mejores telecomunicaciones y una nula conversación con los seres más cercanos, y así podría seguirle pero sé que estoy dando a entender mi punto perfectamente.

 

Pensemos en la actitud de este pueblo por un momento. Ellos tenían a Dios cerca, muy cerca de ellos y aún así quisieron algo más. Eso sucede con la falta de contentamiento, creemos que Dios no es suficiente; queremos a Dios y otras cosas. En resumidas cuentas, queremos esas otras cosas antes que a Dios, y como las deseamos tanto, cuando por alguna razón las obtenemos, siempre queremos más, y suficiente nunca es suficiente. Por ello les dijo Dios que iba a salírseles la carne por las narices.

 

Cuando un cristiano se encuentra gozoso, necesariamente está contento, satisfecho con lo que Dios le da. No se trata de un conformismo, sino de entender que Dios nos provee de lo que necesitamos en nuestra vida en todo el sentido de la palabra, de una manera justa y realista. Podemos pensar que nos hace falta más dinero para vivir mejor, de tener más estudios para ser un profesionista de conocimientos profundos o tener una posición privilegiada social y/o laboral, pero Dios es quien finalmente sabe lo que nosotros necesitamos. Independientemente de todo esto, no hay que perder de vista que Él está con nosotros y que no importa por donde andemos, como estemos ni lo que estemos pasando; la seguridad de su presencia en nuestras vidas es algo de lo que en realidad podemos hasta gloriarnos y por supuesto estar contentos con eso.

 

AMEN.